OCHO MUJERES CONTRA LA VIDA
“Mi padre y mi madre me han abandonado
y el Señor me ha acogido”
(Salmo 27, 10)
La foto estremece. Allí están las caras de seis mujeres corroborando en las imágenes el epígrafe de la nota.
De alguna manera son el retrato silencioso de una tragedia. Porque ¿quién puede dudar? que mostrarse debajo de esas dos palabras: “Yo aborté” anuda hondamente a la mujer con la tragedia.
Pero, por si no alcanzara con haber abortado, como si el espanto no fuera suficiente, hacen que el testimonio trascienda y se difunda a los cuatro vientos. De tal modo que el reportaje sobre mujeres notables que abortaron, es tapa del diario “Perfil” del 5 de diciembre de este 2010. Estamos hablando de una información que creemos reservada a la intimidad absoluta, ese sitio del alma donde el dolor está tan expuesto, que no debería ser siquiera rozado por la mirada ajena.
Lo que están confesando es un crimen de aquéllos, pero lo hacen y dicen sin indicio alguno de arrepentimiento, y sin culpa como si hubieran sido capaces de archivar el dolor por sus hijos muertos, indiferentes, con esa voz neutra que parece ajena a la tristeza y a la propia conciencia.
Podríamos decir que estas raras mujeres, procuran trasladar al estado las propias culpas, no por los crímenes cometidos, porque esas culpas parecen no alcanzarlas, sino por no haber podido abortar desde la placidez de en un hospital público y gratuito.
Las mortifica, protestan, reclaman, mucho más por la clandestinidad de sus abortos, que por la misma monstruosidad del hecho.
Veamos el relato de una de ellas, Beatriz Sarlo (escritora) “…la primera vez fue a los 17 años… lo más triste de la situación fue la sucia clandestinidad y el dinero que tuve que entregar” es casi innecesario agregar algo, a esta confesión de inhumanidad resplandeciente.
Nosotros por el contrario pensaríamos que para una madre la cosa más triste y sucia y espantosa de este mundo debe ser menos, infinitamente menos, el cómo y el dónde se hace el aborto, sino, cuál es el fin adonde conduce esa maniobra, o sea, nada menos que la procurada muerte de un hijo y luego y antes pagarle a un verdugo para que haga lo suyo.
Por otra parte es fácil advertir como se intenta desviar el eje de la cuestión en este caso hacia la clandestinidad. El ocultarse no necesariamente es sucio, como pretende hacernos creer. “La sucia clandestinidad” no es tal. Dependerá en todo caso para qué nos ocultemos. Hay mil situaciones en que el ocultamiento es la manera posible de preservar la dignidad, otras veces, la única de llevar adelante un proyecto grande y noble.
Nadie lo dude. La mugre no reside en lo escondido, no, no: la mugre habría que buscarla en el sucio corazón de hombres y mujeres quienes deciden que eliminando a un hijo solucionan algo, o suprimen un mal, y además pregonan que ese camino de espanto por el que ellos prefieren andar, es el que debería transitar la sociedad argentina.
En cuanto al otro componente de la tristeza “…al dinero que tuve que entregar”, qué podríamos agregar que supere semejante autodeschave. ¡Qué horror! ¿El aborto? No, hombre, ¡entregar la guita! ¿O existe algo más horroroso?
Tal vez, sería bueno recordar a Juana Inés de la Cruz cuando trata de establecer, poéticamente, alguna gradación dentro de la miseria moral de los hombres y se interroga sobre quién es peor: “la que peca por la paga o el que paga por pecar”…
En el mismo sentido, la actriz Kuliok destaca también la circunstancia de no contar con una ley que podríamos llamar, para pieles sensibles: “abortar de manera ilegal tiene un alto costo emocional”. Ahora sí, gracias a esta opinión está más claro, el costo emocional tiene que ver con lo legal, o no legal, del aborto y poco, o menos, con la circunstancia más bien intrascendente, de liquidar al bebé.
Pero hay en el diario, distintos relatos y variados argumentos, aún más primarios aunque parejamente bestiales. Así F. Peña: “debemos tener soberanía sobre nuestro cuerpo y libertad de decidir…” Lubertino: “todas las mujeres tienen derecho a elegir sobre su vida”… Walger: “no me arrepiento de lo que hice… apuesto a que se legalice por la libertad de la mujer y su cuerpo”.
Son estas mujeres las que en la nota aconsejan acerca de la conveniencia de votar una ley para que así como ellas lo hicieron, todos puedan darse el gustazo de abortar a la luz del día, con la ley de aborto igualitario y por supuesto gratuito. De entre las cosas que en 2010 ya resultan científicamente insostenibles, es negar la existencia de la vida humana desde la concepción. No es su vida, ni su soberanía, ni su cuerpo, ni ninguna de esas imbecilidades semánticas sobre lo que están decidiendo, es sobre otra vida, sobre la vida de otra persona.
Al respecto, el Papa Benedicto XVI enseña en una de sus encíclicas: “La verdad es que no se puede promover la humanización del mundo renunciado, por el momento, a comportarse de manera humana”.
Hay algunos otros, aún más ilustrados, que nos tiran por la cabeza con una evidencia, para ellos axiomática: ¡Cómo no vamos a poder abortar en el siglo XXI!
Y es cierto, el planteo es intenso, pero en cuanto logramos acomodarnos del sacudón metafísico, nos preguntamos: ¿Qué tremebunda indagación? Les reveló que a partir de ahora, sería oportuno y hasta provechoso para la sociedad, matar a los seres humanos, en la panza de sus madres.
¿Por qué? ¿Este año claudicaría el derecho a la vida? o más aún: ¿Por qué se aceptaría matar a los niños como un nuevo derecho?
¿Cuál será la justificación? Para el extraño y penosísimo jubileo del 2010 por el que algunos se atreven no sólo a exigir y reivindicar y exaltar esos torpes crímenes como la llegada de una gloriosa vanguardia del progresismo.
Lo cierto es que esta parecería ser, la respuesta del progresismo, a la pregunta sobre la dignidad y el valor único de la vida humana. Si el progresismo, como expresa, agota sus propósitos en el aborto se estaría cumpliendo acabadamente aquella advertencia con que —no precisamente un católico— sino Theodor Adorno, señalaba su perplejidad ante la fe ilimitada en esa corriente: “Visto de cerca, progreso es el paso que va de la honda, a la superbomba”.
¿Hasta donde se oscurecerá la conciencia de los hombres, como para aceptar su autodestrucción a través de la inicua legalización de la muerte de sus hijos y alegre y muy estúpidamente correr a recibirla?
Miguel De Lorenzo
Es la página Cultural del Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario, zona Jalisco. PATRIA HONOR FUERZA
martes, 14 de diciembre de 2010
domingo, 5 de diciembre de 2010
Un himno de amor y de alegría...!
Cantando he de llegar al pie del Eterno Padre
NUESTRO HIMNO DE AMOR Y DE GUERRA
Dionisio Ridruejo da la fecha del 3 de diciembre de 1935 como la del día en que Cara al Sol dejó de ser solamente música. En el Or-Kompon, restaurante ya desaparecido, en los aledaños del Palacio de la Prensa, era una especie de Rastro aristocrático donde acudía la gente atraída por el tipismo del local, en el que se vendían libros raros de brujería, viajes y recetas, grabados antiguos, zuecos, cerámica y mantones de Manila. Los sótanos eran como una especie de cueva vasca, con acuarelas de Guipúzcoa que representaban carros de bueyes, con la lana sobre el testuz, frontones, caseros con boina, maizales y curas con paraguas bajo los cielos plomizos de Loyola. En estos bajos había un piano.
Allí estaban, con José Antonio Primo de Rviera y Juan Tellería Arrizabalaga, Luis Bolarque, Pedro Mourlane Michelena, Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá, José María Alfaro (que en el libro “Madrid de Corte a cheka” de Agustín de Foxá, el nombre de Alfaro aparece enmascarado por razones de seguridad, ya que cuando se publicó la novela, en 1938, José María estaba aún en zona roja. El nombre que le da es el de José María Haro), Jacinto Miquelarena, Dionisio Ridruejo, además de Agustín Aznar y Aguilar, que vigilaban la puerta, no de posibles asaltos enemigos, sino para evitar la deserción de los poetas que a veces se largaban de la cueva a la barra que quedaba en el piso de arriba. Trajeron chacolí, sidra y bacalao. Después de la cena, el maestro Tellería se puso al piano tocando pasodobles y tangos.
— Oye, toca ese que hiciste el otro día.
Sonó una música enérgica, alegre y guerrera.
— ¿Te gusta, José Antonio?
— No está mal. A ver, ¿cuántos poetas hay aquí?, podríamos hacer un himno para que lo cantaran los chicos.
José Antonio trazó el plan.
— Tiene que ser un himno sencillo. En la primera parte debe hablarse de la novia, después de decir que no importa la muerte, haciendo una alusión a la guardia eterna de las estrellas, y luego algo sobre la victoria y sobre la paz.
Él traía ya media estrofa pensada porque en la casa de Bolarque, con Jacinto Miquelarena y Alfaro ya habían hecho una parte. La dijo:
Traerán prendidas cinco rosas
las cinco flechas de mi haz.
El músico, despeinado, golpeaba sus teclas. Disperso, arrebatado, Foxá escribía en una mesa entre las migas de pan y el olor reciente de la fruta. Quiso poner un arranque brioso:
De cara al sol, con la camisa nueva
que tú me bordaste ayer.
José Antonio y Sánchez Mazas amputaban sílabas y preposiciones. Y se acercó Dionisio Ridruejo con un papel arrugado; leyó:
Volverán banderas victoriosas
al paso…
Llenó la palabra que le faltaba con el la inarticulado de las canciones que no se recuerdan; añadió:
de la paz.
Todos se abstrajeron en la caza del adjetivo:
El paso fuerte.
Recio.
Alegre.
Hizo José Antonio el ademán de coger en el aire aquella palabra: “Eso, eso, alegre”. Ridruejo apuntó: “Al paso alegre de la paz”. No salía la segunda estrofa. José María Alfaro recitaba la estrofa de la sonrisa de la primavera y aquella tan hermosa cuyo último verso era:
Que en España empieza a amanecer.
Eran las dos y media de la madrugada. Algunos se querían marchar, pero Agustín Aznar vigilaba la puerta:
— De aquí no sale nadie.
Pedro Mourlane Michelena tachaba con una línea de lápiz el segundo verso de la última estrofa, aquel que ya nadie iba a conocer: “y será la vida vida nueva”. Escribió con letra menuda encima unas palabras.
— ¿No os gusta más esto?
Que por cielo, tierra y mar se espera.
Aprobaron unánimes.
— Desde luego, mejor.
— Gana mucho.
Propuso Bolarque, impaciente:
— Aunque esté incompleto el himno, vamos a cantarlo.
José Antonio se frotaba infantilmente las manos; se agruparon alrededor del piano.
— Atención.
Sonaron los primeros compases. Comenzaron a cantar. La música se hacía densa; eran voces juveniles que invocaban a la muerte y a la victoria. En los ojos de José Antonio brillaba una luz de entusiasmo velada por una ligera tristeza. Le parecía escuchar en la cercana calleja las pisadas rítmicas de sus camaradas que marchaban hacia un frente desconocido, y que penetraba por la ventana el aire frío de las batallas y de las banderas.
Y se imaginó a sus mejores pronunciando, moribundos en la tierra en el mar y en el aire, aquellas palabras que hacía unos minutos, sobre el papel, no eran nada y que ya no pertenecían a los poetas.
Al día siguiente, Agustín de Foxá encontró la estrofa de los caídos. Se la llevó al anochecer a José Antonio.
Si caigo aquí tengo otros
compañeros
que montan ya la guardia en los
luceros,
impasible el ademán.
José Antonio añadió tres versos para enlazar con la tercera estrofa.
Si te dicen que caí
me fui
al puesto que tengo allí.
Así quedo, definitivamente, el himno Cara al Sol de Falange Española y de las J.O.N.S.:
Cara al Sol, con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.
Formaré junto a mis compañeros,
que hacen guardia sobre los luceros
impasible el ademán
y están
presentes en nuestro afán.
Si te dicen que caí,
me fui
al puesto que tengo allí.
Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz,
y traerán prendidas cinco rosas:
las flechas de mi haz.
Volverá a reír la primavera,
que por cielo, tierra y mar se espera
¡Arriba, escuadras, a vencer!
que en España empieza a amanecer.
NUESTRO HIMNO DE AMOR Y DE GUERRA
Dionisio Ridruejo da la fecha del 3 de diciembre de 1935 como la del día en que Cara al Sol dejó de ser solamente música. En el Or-Kompon, restaurante ya desaparecido, en los aledaños del Palacio de la Prensa, era una especie de Rastro aristocrático donde acudía la gente atraída por el tipismo del local, en el que se vendían libros raros de brujería, viajes y recetas, grabados antiguos, zuecos, cerámica y mantones de Manila. Los sótanos eran como una especie de cueva vasca, con acuarelas de Guipúzcoa que representaban carros de bueyes, con la lana sobre el testuz, frontones, caseros con boina, maizales y curas con paraguas bajo los cielos plomizos de Loyola. En estos bajos había un piano.
Allí estaban, con José Antonio Primo de Rviera y Juan Tellería Arrizabalaga, Luis Bolarque, Pedro Mourlane Michelena, Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá, José María Alfaro (que en el libro “Madrid de Corte a cheka” de Agustín de Foxá, el nombre de Alfaro aparece enmascarado por razones de seguridad, ya que cuando se publicó la novela, en 1938, José María estaba aún en zona roja. El nombre que le da es el de José María Haro), Jacinto Miquelarena, Dionisio Ridruejo, además de Agustín Aznar y Aguilar, que vigilaban la puerta, no de posibles asaltos enemigos, sino para evitar la deserción de los poetas que a veces se largaban de la cueva a la barra que quedaba en el piso de arriba. Trajeron chacolí, sidra y bacalao. Después de la cena, el maestro Tellería se puso al piano tocando pasodobles y tangos.
— Oye, toca ese que hiciste el otro día.
Sonó una música enérgica, alegre y guerrera.
— ¿Te gusta, José Antonio?
— No está mal. A ver, ¿cuántos poetas hay aquí?, podríamos hacer un himno para que lo cantaran los chicos.
José Antonio trazó el plan.
— Tiene que ser un himno sencillo. En la primera parte debe hablarse de la novia, después de decir que no importa la muerte, haciendo una alusión a la guardia eterna de las estrellas, y luego algo sobre la victoria y sobre la paz.
Él traía ya media estrofa pensada porque en la casa de Bolarque, con Jacinto Miquelarena y Alfaro ya habían hecho una parte. La dijo:
Traerán prendidas cinco rosas
las cinco flechas de mi haz.
El músico, despeinado, golpeaba sus teclas. Disperso, arrebatado, Foxá escribía en una mesa entre las migas de pan y el olor reciente de la fruta. Quiso poner un arranque brioso:
De cara al sol, con la camisa nueva
que tú me bordaste ayer.
José Antonio y Sánchez Mazas amputaban sílabas y preposiciones. Y se acercó Dionisio Ridruejo con un papel arrugado; leyó:
Volverán banderas victoriosas
al paso…
Llenó la palabra que le faltaba con el la inarticulado de las canciones que no se recuerdan; añadió:
de la paz.
Todos se abstrajeron en la caza del adjetivo:
El paso fuerte.
Recio.
Alegre.
Hizo José Antonio el ademán de coger en el aire aquella palabra: “Eso, eso, alegre”. Ridruejo apuntó: “Al paso alegre de la paz”. No salía la segunda estrofa. José María Alfaro recitaba la estrofa de la sonrisa de la primavera y aquella tan hermosa cuyo último verso era:
Que en España empieza a amanecer.
Eran las dos y media de la madrugada. Algunos se querían marchar, pero Agustín Aznar vigilaba la puerta:
— De aquí no sale nadie.
Pedro Mourlane Michelena tachaba con una línea de lápiz el segundo verso de la última estrofa, aquel que ya nadie iba a conocer: “y será la vida vida nueva”. Escribió con letra menuda encima unas palabras.
— ¿No os gusta más esto?
Que por cielo, tierra y mar se espera.
Aprobaron unánimes.
— Desde luego, mejor.
— Gana mucho.
Propuso Bolarque, impaciente:
— Aunque esté incompleto el himno, vamos a cantarlo.
José Antonio se frotaba infantilmente las manos; se agruparon alrededor del piano.
— Atención.
Sonaron los primeros compases. Comenzaron a cantar. La música se hacía densa; eran voces juveniles que invocaban a la muerte y a la victoria. En los ojos de José Antonio brillaba una luz de entusiasmo velada por una ligera tristeza. Le parecía escuchar en la cercana calleja las pisadas rítmicas de sus camaradas que marchaban hacia un frente desconocido, y que penetraba por la ventana el aire frío de las batallas y de las banderas.
Y se imaginó a sus mejores pronunciando, moribundos en la tierra en el mar y en el aire, aquellas palabras que hacía unos minutos, sobre el papel, no eran nada y que ya no pertenecían a los poetas.
Al día siguiente, Agustín de Foxá encontró la estrofa de los caídos. Se la llevó al anochecer a José Antonio.
Si caigo aquí tengo otros
compañeros
que montan ya la guardia en los
luceros,
impasible el ademán.
José Antonio añadió tres versos para enlazar con la tercera estrofa.
Si te dicen que caí
me fui
al puesto que tengo allí.
Así quedo, definitivamente, el himno Cara al Sol de Falange Española y de las J.O.N.S.:
Cara al Sol, con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.
Formaré junto a mis compañeros,
que hacen guardia sobre los luceros
impasible el ademán
y están
presentes en nuestro afán.
Si te dicen que caí,
me fui
al puesto que tengo allí.
Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz,
y traerán prendidas cinco rosas:
las flechas de mi haz.
Volverá a reír la primavera,
que por cielo, tierra y mar se espera
¡Arriba, escuadras, a vencer!
que en España empieza a amanecer.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Poesía de Asalto.
mañana despiértame temprano
porque me voy a la guerra.
Vendrán mis compañeros
al toque de clarines y tambores
bajo un día de tragedia.
Madre: esta noche no llores
duérmete como yo
pensando en la victoria de los héroes
que conquistan medallas y laureles.
Madre: mañana despiértame temprano
porque me voy a la guerra.
Cuando pasen los años
tu llorarás en mi lecho
mi muerte anticipada.
Madre: mañana depiértame temprano
porque me voy ala guerra.
Madre: sabes, desde hoy te lo diré:
yo soy de los soldados que se van a la guerra
para nunca más volver...
PATRIA
HONOR
FUERZA
Suscribirse a:
Entradas (Atom)