Los crímenes de “los buenos”
EISENHOWER,
EL CARNICERO DEL RHIN
EL CARNICERO DEL RHIN
Los campos de concentración (KZ) y las crueldades que en ellos se cometieron, no fueron patrimonio exclusivo de los alemanes. El avance aliado sobre Alemania hizo multiplicar los KZ existentes, con la salvedad de que esta vez estarían habitados por los alemanes: militares y civiles.
En particular, los campos que se establecieron sobre las márgenes del río Rin (Rhein) fueron: Alzey, Andernachdec, Bad Kreuznach, Biebelsheim, Böhl, Bretzenheim, Büderich, Büdesheim, Dietersheim, Diez, Hechtsheim, Heidesheim, Ingelheim, Koblenz, Koblenz-Lützel, Ludwigshafen, Mannheim-Waldhof, Miesenheim, Plaidt, Remagen, Rheinberg, y otros cincuenta más. Administrados por los norteamericanos, en ellos murieron millares de alemanes.
En el año 1989, James Bacque editó en Canadá su libro “Morts pours raisons diverses”,que fue motivo del artículo central de una muy popular revista de aquel país,“Saturday Night” y dio lugar a varios documentales televisivos, entre ellos, uno de la BCC. Bacque recuerda que los prisioneros de guerra alemanes que cayeron en poder de los británicos y canadienses fueron tratados adecuadamente, en los términos de la Convención de Ginebra y rápidamente fueron liberados.
Distinto fue lo ocurrido a quienes cayeron prisioneros de los americanos: “Los prisioneros recibían una pequeña ración de alimentos el primer día, pero ésta fue reducida a la mitad. Para obtener la ración fueron forzados a correr una manga. Agachados debían correr entre los guardias norteamericanos, que los golpeaban con palos mientras se movían hacia el alimento”.
Afirma Bacque que: “La tasa de muertes en los Campos norteamericanos en el Rhineland, de acuerdo con los datos de sobrevida de una encuesta médica, fue del 30 % al año, la tasa normal de muertes de la población civil en 1945, estaba entre el 1 y el 2%… De acuerdo con las historias referidas por otros ex prisioneros del Campo de Rheinberg, el último acto de los norteamericanos, antes que los británicos tomaran el control del Campo, fue aplanar con buldózer una sección del campo mientras aún había hombres vivos en los agujeros que habían cavado en la tierra”.
En virtud de la convención de Ginebra, los prisioneros de guerra (POW), tenían derecho a ser alimentados y cobijados en los mismos términos en que lo son las fuerzas que los han capturado; a cursar correspondencia con el exterior y a ser visitados por Delegados de la Cruz Roja Internacional.
Sin embargo, éstos y los restantes derechos le fueron negados a los prisioneros alemanes en poder de los norteamericanos en base a directivas expresas emanadas del Cuartel Central Supremo de las Fuerzas Aliadas Expedicionarias (SHAEF), cuyo comandante supremo era el general Dwight Eisenhower. “«Dios, cómo odio a los alemanes» escribió Eisenhower a su mujer, Marnie, en septiembre de 1944. Antes, en frente del embajador británico en Washington, había dicho que todos, los tres mil quinientos o algo así, de los oficiales del Staff de generales alemanes deberían ser «exterminados»”.
En grosera violación de la Convención de Ginebra, en marzo de 1945 propone crear una categoría distinta de prisioneros: la de Fuerzas Enemigas Desarmadas (DEF), de modo de excluirlos de las previsiones alimenticias de aquella Convención.
El 26 de abril de 1945 se aprobó el status DEF para prisioneros en poder de los americanos, ya que los británicos rehusaron hacerlo con los propios. Ya en ese tiempo el general Robert Littlejohn, del SHAEF, había reducido dos veces las raciones de los prisioneros y Eisenhower había cursado un informe al general George Marshall, Jefe del Ejército de los Estados Unidos, haciendo saber que los prisioneros alemanes“no tendrían refugios o techo u otras comodidades”.
Afirma Bacque: “Las provisiones no eran un problema, había material suficiente acumulado en Europa para construir locaciones de Campos de Prisioneros. El ayudante especial de Eisenhower, el General Everett Hughes, había visitado los enormes almacenes de provisiones en Nápoles y Marsella e informado: «Existe más stock del que podemos alguna vez usar. Puesto en línea hasta donde la vista puede alcanzar». Los alimentos no habían sido un problema… El ejército mismo tenía tanto alimento de reserva, que un almacén totalmente cargado fue sacado por accidente de las listas de vituallas en Inglaterra y no se dieron cuenta hasta tres meses después. Además, el Comité Internacional de la Cruz Roja tenía más de cien mil toneladas de alimento en almacenes en Suiza. Cuando la Cruz Roja intentó enviar dos trenes cargados con alimentos al sector norteamericano de Alemania, oficiales del Ejército norteamericano hicieron volver los trenes, diciendo que sus almacenes ya estaban sobresaturados de alimentos de la Cruz Roja, alimento que ellos jamás distribuyeron. Sin embargo, fue a través de la provisión de alimentos que la política de aniquilación fue llevada a cabo. Agua, alimentos, tiendas de campaña, espacio, medicinas, todo lo necesario para los prisioneros fue fatalmente negado”.
Entre los prisioneros había niños, ancianos y mujeres embarazadas. Bacque recuerda la narración de Charles von Luttichau, quien se entregó voluntariamente y fue alojado cerca de Remagen: “Más de la mitad del tiempo no tuvimos alimentos, el resto del tiempo teníamos una pequeña ración K. Pude ver desde el encierro que nos estaban dando una décima parte de lo que le entregaban a sus propios hombres… Le reclamé al Comandante norteamericano del Campo que estaban violando la Convención de Ginebra, pero simplemente me dijo: «¡Olvide la Convención, ustedes no tienen ningún derecho!» Las letrinas eran sólo una tabla sobre una zanja junto al cerco de alambre de púas. Por las enfermedades, los hombres tenían que defecar en el suelo. Pronto muchos de nosotros estábamos demasiado débiles para sacarnos los calzoncillos. Así nuestra ropa estaba infectada, y así estaba también el barro donde caminábamos, nos sentábamos o nos acostábamos. Es esas condiciones… hombres que habían ingresado sanos al Campo estaban muertos.”
El cuadro referido por el canadiense es atroz: “Algunos de los cuerpos habían muerto de gangrena como consecuencia del congelamiento (fue una lluviosa y fría primavera anormal ese año). Una docena o más estaban tan débiles para sostenerse en las tablas sobre la zanja de las letrinas que habían caído allí y se habían ahogado”.
El 10 de julio de 1945, el Ejército francés tomó al campo de Dietersheims, su jefe, el capitán Julien, elevó un contundente informe que Bacque recuerda así: “En el primer Campo al cual entró, dijo haber encontrado un terreno fangoso «habitado por esqueletos vivientes» algunos de los cuales murieron cuando el observaba. Otros se apretujaban unos a otros bajo trozos de cartón a pesar que el día de julio estaba cálido. Mujeres que yacían en agujeros cavados en el suelo le miraban directamente con edemas de hambre en sus abultados vientres en una grotesca parodia de embarazo; hombres ancianos con largas barbas grises le miraban débilmente, niños de seis o siete años con los anillos de un mapache en sus ojos del hambre le miraban con sus ojos faltos de vida. Dos médicos alemanes en el «hospital» estaban tratando de cuidar a los moribundos en el suelo, bajo el cálido cielo, entre las marcas dejadas por las tiendas de campaña que los norteamericanos se habían llevado con ellos”.
Concluye Bacque: “…sin duda ochocientos mil, quizás más ciertamente novecientos mil y bastante probable, más de un millón de alemanes, murieron en los Campos norteamericanos y Franceses, más que aquellos que fueron muertos en todos los combates en el Frente Occidental al norponiente de Europa desde que Estados Unidos entró en la guerra en 1941 hasta abril de 1945”.
El National Geographic Channel, en su portal de la web relata: “1945. Cerca de trescientos ochenta mil prisioneros de guerra alemanes pueblan las cárceles americanas durante la Segunda Guerra Mundial. Se estiman en siete millones los presidiarios designados por el Presidente Eisenhower como «fuerzas enemigas desarmadas» por lo cual las normas de protección de la Convención de Ginebra no son pasibles de aplicación”.
El propio marxismo reconoce esta criminal conducta: “Los campos de concentración y exterminio no fueron solamente alemanes sino de todos los países beligerantes. Incluso si la verdad oficial la escriben los vencedores, la verdad histórica antes o después hace su aparición.
“El fin reservado a los soldados del derrotado ejército alemán fue siempre silenciado y ocultado; … los bloques ruso y estadounidense se intercambiaban acusaciones de haber engullido los restos de la Wehrmacht y no haber devuelto a casa a los prisioneros. La realidad fue tremenda… Rusia envió a todos los prisioneros capacitados a las regiones más perdidas e inhóspitas de su inmenso territorio a realizar los trabajos más insanos y duros en condiciones bestiales; poquísimos volvieron. La sangría, en términos de vidas humanas, por parte de la URSS fue espantosa, más de veinticinco millones de muertos…
“Distinta suerte corrieron los prisioneros alemanes en manos de los aliados: no fueron considerados POW, o sea prisioneros de guerra, sino que fueron degradados a la condición de DEF, es decir fuerzas enemigas desarmadas, traicionando por tanto las convenciones de Ginebra.
“El racionamiento alimenticio redujo hasta los huesos a los prisioneros literalmente dejados morir de hambre y enfermedades en campos de prisioneros que no eran más que desnudos «trozos de terreno rodeados por alambre de espinos»” (página web de la Biblioteca Internacional de la Izquierda Comunista: “Nuestra conmemoración de los cincuenta años del final de la Segunda Guerra Imperialista”).
Carlos García